Todo saltó por los aires en una paliza (110-77) que deja a los Cavaliers en respiración asistida y a los Warriors en el tope histórico de victorias en una temporada (87, como los Bulls del 72-10) y a solo dos de repetir anillo y certificar uno de los tramos más maravillosos de toda la historia del baloncesto.
La Final se va a Cleveland magullada, no sabemos si herida de muerte porque todo puede pasar siempre, se supone, aunque cuesta creerlo después de la mayor ventaja jamás vista (+48) en los dos primeros partidos de una Final. ¿Están muertos los Cavs? Por supuesto que no. ¿Están lo suficientemente vivos como para ganar cuatro de cinco partidos a estos Warriors? Otra vez, cuesta creerlo. Muchísimo.
Es la tercera vez que un equipo (el último los Spurs 2005) gana los dos primeros partidos de una Final por un mínimo de 15 puntos. Y con 2-0 a favor la historia solo señala tres derrotas (28-3) para el equipo con factor cancha. El último de los tres que han logrado esa remontada, los Heat 2006 de Dwyane Wade.
Es la tercera vez que un equipo (el último los Spurs 2005) gana los dos primeros partidos de una Final por un mínimo de 15 puntos. Y con 2-0 a favor la historia solo señala tres derrotas (28-3) para el equipo con factor cancha. El último de los tres que han logrado esa remontada, los Heat 2006 de Dwyane Wade.
Así que LeBron puede llamar a su amigo y excompañero para pedirle consejo, aunque lo que realmente le gustaría sería seguir teniéndole a su lado en pista. Desde que puso prácticamente el solo 1-2 en la pasada Final, ha encajado las citadas siete derrotas seguidas contra los Warriors. Con estos números: +133 para los de Oakland con un marcador medio de 107-88 y 25 puntos, 10,3 rebotes y 7,6 asistencias por noche para LeBron… con 4 pérdidas, un 40% en tiros totales y un 25% en triples.
El recuerdo de 2015 y esas estadísticas que explican sus constantes resurrecciones hacían que circulara por la Bahía una calma tensa antes del partido, la difícil digestión de la confianza que producen estos Warriors aliñada con el vértigo de verse tan cerca del objetivo, pero con un depredador como LeBron rondado. Así que la Bahía rugió como no lo había hecho el jueves ni, creo recordar, en ninguno de los partidos de la última Final. Rugió con furia, con felicidad, con esa renovada necesidad de celebración que les insuflaron los Thunder: nunca deis nada por seguro, todo puede escurrirse entre vuestros dedos en cualquier momento.